Hace no muchos días me levanté un poco apagada. Como otros cuantos y como supongo nos sucede a todos, no sólo alguna vez, no me sentía con muchas ganas de ponerme en marcha, no me sentía con mucha energía e incluso se puede decir que me sentía un poco perezosa. Fue ese día cuando descubrí, el poder de una sonrisa.
Como soy bastante disciplinada, aquel día, no me vino mal esa rigidez mental de la que a veces sufro y a pesar de mi pereza me puse en marcha. Comenzando con mi sesión de ejercicios matutinos, procedí a salir a la calle, para realizar esa caminata de 10 km, que los días que mi agenda de pacientes me lo permite, suelo llevar a cabo.
Aunque me estaba costando ponerme en movimiento e iba un poco a regañadientes conmigo misma, me puse en marcha. Ya que estaba un poco rebelde y quejica, me proporcioné el lujo de ir a uno de mis lugares favoritos de paseo.
Empezar a sentir la brisa fresca de la mañana, sobre mi cara y sentir cómo se iba activando mi cuerpo con la velocidad a la que iba, me sirvió como suficiente dósis de energía como para seguir queriendo más…
Pero, entonces fue cuando sucedió el “milagro”. Se ve que ese lugar no sólo es especial para mí, sino que también lo es para otras personas que deciden levantarse temprano para llevar a cabo cualquier actividad deportiva.
Fue al cruzarme con una de estas personas, cuando el poder de la hora temprana de la mañana o la complicidad que sentíamos por tener gustos similares, hizo que esta persona me saludara dando los “Buenos días”, con una enorme sonrisa.
Esto es algo que no suele suceder frecuentemente en la ciudad en la que vivo. Esta es una ciudad grande, donde creemos que por el hecho de ser anónimos (algo que me gusta), no tenemos por qué saludar…
Pero aquel día, me gustó y como si, de una norma se tratase, empecé a observar que otras personas con las que me iba cruzando, hacían lo mismo, a lo que yo contestaba un tanto extrañada a la vez que agradecida…
Así que, finalmente, decidí hacerlo yo. Al seguir mi caminata, a la siguiente persona que se cruzó en mi camino, decidí ser yo quien le saludara, acompañando mi saludo con una gran sonrisa.
¡Fue tan positivo lo que sentí! Una vez más comprobé como con pequeños detalles, gestos o actitudes, nuestro estado de ánimo puede cambiar en tan sólo un instante.
Una vez más experimenté, aquello que os decía en aquella entrada de “De fuera a dentro». Cómo podemos proporcionar cambios a nuestro interior, empezando por una conducta exterior.
¿Os animáis a probarlo? ¿Os véis llevando a cabo este ejercicio que os propongo hoy?
Sí es así, os espero en los comentarios próximamente para que me contéis que efectos os ha producido esta experiencia. ¡Feliz Semana! Y… ¡Feliz sonrisa!