Existe un criterio global, que abarca a todos los demás y que sirve para saber qué criterio escoger ( aunque suene redundante). Ese es el de “ser fieles a nosotros mismos”, el de no fallarnos, el de preguntarnos, si es de verdad, lo que yo quiero hacer y lo que me conviene….
¿Os acordáis de aquel Domingo en que surgió, ir al concierto del Auditorio?
Hablando de ese criterio global del, ante todo ser fieles a nosotros mismos, parece que la toma de decisiones se hace mucho más sencilla.
Hay un tipo de personas a las que les cuesta menos tomar decisiones que a otras. Esto lo suele determinar, la necesidad de controlar, que tanto nos caracteriza, también la tendencia al perfeccionismo, el miedo el fracaso…entre otros factores.
A las personas que más les cuesta tomar decisiones, se les puede llegar a hacer un mundo, decisiones tan cotidianas como la de qué comer en el día de hoy o incluso la del qué pedir en un restaurante.
Cuando hablo de esto, siempre me acuerdo de aquel paciente que me decía, que cuando salía a cenar con su novia, nunca conseguía cenar lo que él quería. Me acuerdo, que la primera vez que hablamos de esto, le pregunté yo: “es que ella es muy dominante?”
“Que va”…me contestó…”al contrario…además es tan indecisa como yo. Pero como ya nos conocemos y sé lo que le gusta, siempre pido lo que ella quiere…”
“Y…eso, se lo preguntas?” “No” me dijo. “Sé lo que ella quiere”
“Y…cómo lo sabes sin preguntárselo?” “A ti siempre te apetece lo mismo, por mucho que te guste?” “Has valorado la posibilidad de que algún día pueda que te confundas?”
Y ante una situación así, y teniendo en cuenta esto, cómo podremos garantizarnos un acierto? Tan simple y llanamente como pidiendo lo que a uno le apetece… si! Vale! Podemos consultarlo con el otro e incluso negociarlo, pero partiendo de nuestra propuesta, que siempre será la más honesta…
Así, evitaremos situaciones en las que, sin que los otros nos lo pidan, nos encontramos sacrificándonos a nosotros mismos, por pensar en los demás. E incido mucho en esto: sin que los otros nos lo pidan. Momentos, que al repetirse frecuentemente, pueden acabar generando sentimientos negativos hacia al otro, y de forma muy gratuita.