No nos puede resultar extraño escuchar, que en general, nos gusta recibir un reconocimiento por aquello que hacemos.
En el ámbito del trabajo, ese reconocimiento puede presentarse a modo de remuneración económica.
En ámbitos más personales, el reconocimiento puede plantearse a modo de cariño y atención por parte de los otros.
Pero lo importante es que, dado que somos animales, existen unas leyes del aprendizaje que nos afectan a todos. Así, si queremos que una conducta se mantenga, ésta deberá ser reforzada y si queremos que se extinga, la castigaremos.
Volviendo al hecho de ser animalitos, debemos tener en cuenta que el ser humano como animal racional que es, precisamente, en este aspecto, viene a complicarlo todo.
Me refiero al hecho que, como tenemos esa capacidad de interpretar las cosas, mediante nuestro pensamiento, dejamos a un lado nuestros instintos y conseguimos generar unas diferencias individuales lo que nos hace a unos distintos de otros… Esto, nos puede llevar al hecho de interpretar de manera distinta un mismo hecho. Y por medio de esto, puede llegar a suceder que una de esas conductas que debieran ser reconocidas, no se reconozcan como tal o incluso que el mismo reconocimiento no se interprete como lo que es.
Ya sé que resulta complejo y enrevesado, pero a donde quiero llegar es a elaborar una explicación, de porqué los seres humanos muchas veces no nos llegamos a comportar de la manera más adecuada. Porqué muchas veces nos llegamos a desmotivar o incluso, porqué nos decepcionamos y frustramos ante el comportamiento de los otros, al no tratarse de lo esperado.
Hoy en día en los colegios, se trata de llevar a cabo esta dinámica de educación, tendiendo más al refuerzo, al reconocimiento, y algo menos, recurriendo al castigo.
Pero, cuando somos adultos, si los demás puede ser que no sepan reconocer nuestro esfuerzos o pueda ser que no interpretemos correctamente su reconocimiento, ¿quién nos puede reforzar para que nuestra conducta se mantenga?
En mi opinión, deberemos ser nosotros mismos. Que desde los valores y los criterios con los que actuemos, lleguemos a sentir una satisfacción que nos sirva como refuerzo positivo para mantener nuestra conducta. Que consigamos ser más independientes de lo que los demás nos reconozcan y a cambio, recibamos nuestro reconocimiento propio, dándole incluso prioridad.
En relación a esta reflexión que hoy hago sobre el reconocimiento, quiero compartir con vosotros algo muy personal pero que afecta al terreno de lo profesional en mi vida. Esto es, que en los últimos tiempos se me ha comunicado estar siendo “reconocida” mi labor como psicoterapeuta, desde hace ya, más de diez años. Esto, se ha hecho otorgándome el certificado de Especialista en Psicoterapia a nivel europeo, al mismo tiempo en que he pasado a ser miembro de la EFPA (federación europea de asociaciones de psicólogos). Para mi, todo esto es un honor y un reconocimiento y por eso me apetece compartirlo con vosotros, que sois parte de mi motivación. Pero, también es un ejemplo de lo que quería exponer en este capítulo de hoy: realmente, no hace falta recibir este tipo de reconocimientos, para saber lo que vale aquello que hacemos. Yo soy perfectamente consciente de cuáles son mis conocimientos y cómo han sido adquiridos, fundamentalmente por mis años de experiencia. Ser reconocida por ello, es de agradecer, pero no es algo que venga necesitando para lo que entiendo que es el buen desempeño de mi trabajo. Tenga o no ese reconocimiento, voy a seguir comprometiéndome a ayudar con mi trabajo y con la máxima vocación y profesionalidad. Gracias a todos aquellos que lo estáis haciendo posible.