Son varios los pacientes y varias veces, que cuando acaban su sesión, me dicen: ¡Anda qué menuda brasa te he dado!, refiriéndose a que quizás haya habido exceso de información durante la sesión. Si quizás me han contado cosas que no son necesarias o incluso, yo haya podido llegar a aburrirme.
Me gustaría aprovechar este post, para aclarar esto, porque me parece muy importante.
Nunca y aquí utilizo la palabra “nunca”, con total seguridad, a pesar del riesgo de exagerar, que tiene esta palabra… a lo que voy: “nunca” una información o lo que es lo mismo, lo que te cuenta el paciente, va a ser excesivo. ¿Por qué? Por varias razones…
La primera de ellas, porque si un paciente se está desahogando, cuanto más verbalice, más conseguirá ese alivio que el desahogo proporciona. Así ya estaremos consiguiendo algo en la terapia y por tanto, venir a consulta, de algo estará sirviendo. Gracias al desahogo, conseguiremos que situaciones o circunstancias que nos están siendo difíciles de afrontar, ya no se nos hagan tan complicadas…
Otra de las razones por lo que nunca, lo que te cuente el paciente, será excesivo, es la de “ponerle orden al pensamiento”. Cuando un paciente saca por medio de lo verbal, datos de lo que pasa en su interior, como ya he mencionado, “saca” y esto significa que puede verlo desde fuera y darle una mayor objetividad. Quién sabe, incluso quizás encontrar una o varias posibles soluciones a lo que le pasa… Otro motivo más, por el que encontrarle utilidad a la terapia, ¿verdad?
Desde el punto de vista del profesional, que un paciente te cuente lo máximo posible de lo que está sintiendo, puede considerarse como una acto de generosidad, donde proporcionándose, todo el material posible, el profesional, sólo tiene que saber cómo utilizarlo. Es decir, se hace más fácil el trabajo, por tanto. Tanto aquella información que es de verdadera utilidad directa sobre los objetivos de la terapia, como la que aparentemente, no sirve, siempre tienen un significado para el paciente y por tanto habrá que tenerla en cuenta.
Y para terminar, nunca, nunca (y vuelvo a utilizar radicalmente la palabra), el paciente debe preocuparse por que el terapeuta se aburra. ¡Faltaría más! Ni que el motivo por el que esté acudiendo a la terapia, sea para “entretener” al profesional. El aburrimiento es un sentimiento, como tantos otros, que el psicólogo debe saber gestionar cuando su objetivo es ayudar a alguien en terapia. Para eso, estamos preparados y si queremos hacer bien nuestro trabajo, esto es algo imprescindible para ello.
Sería interesante saber qué opináis sobre esto que he decidido comentar en este post de hoy. Os agradezco cualquier comentario al respecto.